Todos cometemos errores. En ocasiones no tenemos en cuenta todas las consecuencias de nuestros actos o palabras y, sin ser conscientes, hacemos daño. Por mucha empatía que tengamos se nos puede escapar ese detalle. Se nos pasa por alto porque para nosotros no tiene la misma importancia, porque estamos en un momento en el que no podemos pararnos a reflexionar en condiciones, porque, simplemente, no nos damos cuenta…
El caso es que cuando caemos en la cuenta de que nos hemos equivocado y hemos hecho daño no nos queda otra opción que pedir perdón.
¿Me perdonas?
Y con esas dos palabras queremos decir muchísimas cosas… Lo siento. Me he equivocado. He aprendido de ello. No ha sido de forma consciente. No era mi intención hacerte daño. No estaba en mi mejor momento y no he podido ser capaz de verlo. No volverá a pasar. Por favor, olvídalo. Quiero volver al momento que estábamos antes de mi error…
¿Me perdonas?
Porque Perdonar quiere decir olvidar la falta que ha cometido otra persona contra ella y no guardarle rencor ni castigarla por ello.

Quiero que me perdones, pero de verdad. Por favor, no me digas que me perdonas si estás distante, ya no hablas conmigo igual, te cuesta confiar de nuevo en mí o, simplemente, el dolor aún sigue ahí.
Si me perdonas lo olvidamos. No me lo echas nunca más en cara. Volvemos a estar genial, como antes, como siempre. Yo he aprendido y tú me has perdonado. Los dos hemos crecido juntos para seguir adelante.
Y si no puedes perdonar así… Es porque no puedes, simplemente. Así que, déjamelo claro. Dime qué NO, que no puedes perdonarme. Asumiré las consecuencias, te daré tiempo, espacio… Y esperaré paciente hasta que puedas hacerlo. Confío en ello.
Pero, como dice la definición, no me castigues. No me dejes en el limbo del «te digo que sí pero no». Bastante castigo es saber que te he hecho daño, que fui torpe y lo estropee. Bastante es pensar que quizá nunca puedas perdonarme y volver a ser quienes éramos juntos.