¿Cuál era el por qué por el que queríamos ser mayores? ¿Qué ventajas tenía ser adulto frente a niños o adolescentes?
¡Ah! Ya recuerdo. Los adultos somos gente segura de nosotros mismos, que tenemos las cosas claras y sabemos enfrentarnos a situaciones difíciles.
Por ejemplo, no sentimos vergüenza cuando vamos al médico para contarles nuestros problemas en esas partes de cuerpo que no ven la luz del sol. Somos valientes, da igual que nos pongan 10 inyecciones, 40 supositorios o nos empasten 15 muelas de golpe, los adultos podemos con todo, por eso no lloramos nunca. ¡Ah! Y tampoco nos cuesta controlar nuestros instintos y dejar de comer «marranadas» o seguir una dieta equilibrada, porque los adultos tenemos muy claro que es lo más conveniente y eso es suficiente para el autocontrol de la gula y otros pecadillos relacionados con vicios varios.
Todo eso sin contar con los grandes beneficios de ser adulto: tener que levantarse a las 6 todos los días para ir a trabajar, dejarte media nómina pagando a un banco o tener que ser cordial con esos «petardos» por seguir las normas de convivencia y mantener el orden social. ¡Qué maravilla!
Así que normal, cuando aún no eres adulto es lo quieres ser. ¡Todo son ventajas! Y aún así… De vez en cuando… Nos quejamos ¡Ay que ver! Que caprichosos… No sé qué más queremos en esta vida donde todo es disfrute, algarabía y libertad.
Así que nada, a vivir esta maravilla de Vida que nos hemos inventado. Además hoy es viernes y tenemos la excusa perfecta para pecar y hacer un paréntesis en la dieta mediterránea que tan felices nos hace.
Voy a dedicar un rato a recordar aquellos odiosos años con cero responsabilidades, que nos agobiaban; ausencia de objetivos, que nos hacía malgastar el tiempo entre juegos y fiestas; e insolvencia, que hacia que nos las ingeniáramos para sobrevivir sin que faltaran litros de cerveza. ¡Que horror!
Recordando valoraré lo que tengo hoy y tendré más presente qué es lo mejor de la edad adulta: olvidar nuestra edad y volver a disfrutar como niños.
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