Como me gusta el despiporre. Porque yo disfruto de la fiesta, el baile y el cante, pero me encanta cuando me veo envuelta en una jarana de las buenas y todo el personal a mi alrededor alcanza ese punto de relajo que nos lleva a ir acompasados en esto de perder el sentido del ridículo.
Porque sé que a mis amigos hay que animarles bastante poco para que comiencen a bailar, cantar y contar chistes malos como si fueran showmans, pero cuando veo a esas personas que parecen serias y formales, que había prejuzgado como “gente normal”, haciendo lo propio y disfrutando de la noche y las canciones de la grandísima Raffaella o de El Fari… Entonces es cuando muero de Amor.
Qué estampa tan entrañable. Qué bonito me parece todo. Ver a ese señor, que sólo has visto leyendo el periódico con su café sólo todas las mañanas en la cafetería de al lado, a punto de dislocarse todos los huesos del cuerpo con sus contoneos. Y esa mujer de atuendo clásico y corte de pelo retro, que sería el atrezo perfecto de misa de 8, remangándose la falda y dándole al taconeo más arrítmico que hayas visto nunca… Qué estampa tan idílica. ¡Qué Felicidad!
Esos momentos sí que son únicos. En los que te ves en medio de una marea humana en la que todos tienen una sonrisa enorme en la cara y sólo un objetivo: no parar de reír. Y con todos me refiero a todos. No sólo mis amigos y yo. No únicamente los “jóvenes” o esos locos inconscientes que sólo piensan en la juerga. Con todos digo cualquier persona presente en ese momento y lugar, bien haya llegado de forma consciente o por casualidad, mezclándose las edades, los parentescos, las clases, las ideologías, los estilos… pero no las intenciones: gozar.
Qué bonito todo. Qué maravilloso momento. Cuanto Amor desprendido y recogido a partes iguales. Se consigue crear un Mundo Ideal en el que sólo hay Felicidad. No hay hueco para la pena, la preocupación, la tristeza… Es imposible no contagiarse, no sentir que estás viviendo uno de esos instantes en los que todo es perfecto.
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