¡Hay que ver! Que mala leche el tiempo: pasa lento cuando estás aburrido, rápido si estás divirtiéndote… Pero el caso es que siempre pasa y no se puede rebobinar.
Sabemos que el tiempo deja huella en las cosas, en los lugares, en las personas… Pero también es un poco puñetero porque esas marcas las reparte como quiere y de forma desigual.
Y así es que 20 años han pasado para mi pero también para Guille, mi compañero del instituto que nos volvía locas a todas. Si el tiempo transcurrido es el mismo para ambos… ¿Cómo puede ser que él esté todavía más guapo y yo…? (Vamos a dejarlo así que tampoco es plan de, además, fustigarse).
Sí, tiene canas, alguna arruguilla de expresión, es evidente que ya no tiene 20 años sino el doble, pero… ¿Por qué las marcas del tiempo en él están tan maravillosamente bien puestas? En mi caso está claro que a parte de a los ojos las señales se han ido a los brazos, a la tripa, al culo, a las… A todos los lados de mi cuerpo y siempre de forma muy chapucera.
Así que me vi por sorpresa delante de Guille, quién milagrosamente pudo reconocerme pese a no encontrarnos desde el siglo pasado. No podía dejar de mirarlo asombrada, no sólo porque no lo esperaba, sino porque no podía creer lo guapo que está. ¡Guapísimo!
Que injusto el tiempo, los desastres que nos hace a algunos y que regalos a otros. Además, Guille ya era guapo, ¡no necesitaba más ayuda! Que cacho perro el tiempo, que poca consideración con los que éramos del montón.
Y me imagino lo que pensó él al verme… Justo lo contrario: «Pobre chavala, era muy maja y tenía su punto, pero que mal le han sentado los años. Además de vieja, fea y gorda, también el tiempo le ha dejado gilipollas, porque menuda cara de lela». Lo que no sabía el amigo Guille es que esa cara de lela no era otra cosa que el cortocircuito cerebral que me dió al verlo tan exageradamente guapo. Ojiplática, estupefacta, patidifusa… ¡Que guapo!
Y que cabronazo el tiempo y su maldito Tic Tac constante que nunca se detiene.
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