¿Nos conocemos? ¿Somos amigos? Entonces… ¿Por qué me pides permiso? ¿Por qué no lo haces directamente? ¿Por qué te quedas ahí parado esperando? Esperando, ¿A qué?
Me conoces lo suficiente, sabes qué es lo que me gusta y cómo me gusta. Así que hazlo. No te debe preocupar como voy a reaccionar ni qué tal me lo voy a tomar. Porque hay confianza, tu lo haces con buena intención y yo lo sé.
Por eso también yo hago lo que hago, aunque reconozco que de vez en cuando tampoco me atrevo, también hay algo que me frena y, ¿Sabes? Eso no está bien.
No deberíamos pedirnos permiso. Si no tenemos la confianza plena en hacia donde debemos ir, si estamos contenidos, si tenemos dudas y no lo vemos claro… Eso no está bien.
Los amigos no se piden permiso. No consultan cada una de las cosas que hacen por el otro. Y hacen cosas. Es algo que sale sólo, cuidar a quien te cuida, pensar en el otro de forma inconsciente, no justificarse, no estar con miedo por fallar constantemente. Sin permiso porque no hace falta.
Quiero estar tranquila, con personas alrededor que me quieran y a las que querer. Sin pedir permiso. Sin pedir perdón. Sabiendo que todo está bien y que ser Yo les hace bien, igual que a mí me lo hacen ellos.
Ha pasado ya mucho tiempo. Nos hemos dado muchas oportunidades y todavía no lo hemos conseguido. Algo no está bien y no es ni por tu culpa ni por la mía, solo es así. Nos vemos obligados a querernos más de lo que nos nace. Por no pedir permiso no hacemos que esto crezca. Y pedimos perdón demasiadas veces. Quizá queremos querernos más de lo que nos merecemos. Quizá nos exigimos más de lo que podemos dar. No estoy tranquila. No quiero pedirte permiso ni que me pidas perdón.
No puedo esforzarme más. Me he cansado de intentar algo que debería surgir por sí mismo. Siento que es una carrera sin meta, no hay objetivo y si mucha energía invertida. Tendría que ser mucho más fácil, pero en lugar de empujarnos nos vemos arrastrándonos el uno al otro. Deberíamos hacernos bien sin pedir permiso, sin pedir perdón.
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