Estuvo a punto de pasar. Casi casi lo tocamos. Nos faltó muy poco. Pero… No fue.
Puede ser que nos empeñamos en conseguir un imposible. Nos agarramos a un sueño, a una fantasía que nos hizo no dejar de intentarlo y tampoco parar de sonreír.
Sin embargo, no fue. No lo fue nunca. Durante un tiempo nos engañamos para no ver que todo era una mentira, cómoda pero todo un engaño.
No fue conexión, no fue complementariedad, no fue equitativo, no fue fácil, no fue lo que realmente queríamos… Simplemente no fue.
Pero nos creímos nuestra propia mentira. Teníamos tantas ganas de que fuera de verdad, de ganar por una vez, de tener al fin algo por lo que estar orgullosos… Pero no, no fue.

Porque estuvimos a punto de ser eso que de vez en cuando vemos por ahí: un gran equipo, una bonita historia, algo por lo que luchar, eso por lo que perdonar…
Pudimos ver lo que podría llegar a ser y fuimos a por ello. No nos lo pensamos, nos lanzamos, lo dimos todo, enfocamos y seguimos hacia allí. Pero no quisimos mirar, ni siquiera de reojo, lo que dejábamos por el camino.
Porque mientras íbamos directos hacia lo que no llegó a ser, fuimos perdiendo parte de nuestra alegría, dejábamos de ser nosotros para ser algo que encajara en toda esa locura y, sin darnos cuenta, cuanto más avanzábamos más lejos estábamos de nuestro objetivo.
Porque lo hicimos rápido y saltándonos algunos pasos, además dimos por bueno aquello que, en el fondo, sabíamos que no lo era. Nos hicimos trampas. Quisimos llegar a toda costa pero… No fue.
En el fondo lo sabíamos pero no podíamos reconocerlo, dolía demasiado porque estábamos muy cerca, casi lo podíamos tocar, así que no hicimos caso, seguimos para adelante hasta que no fue de forma definitiva sin tener manera de ocultarlo durante más tiempo.
Desde el principio supimos que no sería y no fue, porque sí, lo sabíamos. Por lo tanto, tampoco nos equivocamos, simplemente vivimos un sueño del que ya hemos despertado y que nunca llegó a ser.