Me preguntas qué quiero, qué necesito, qué puedes darme… Cuando deberías saber que sólo quiero una cosa, simple, básica: quiero que quieras.
Quiero que quieras conocerme, para que siempre haya una conversación interesante con la que pasar horas, y así, poco a poco, indaguemos en nuestros pensamientos.
Quiero que quieras pasar tiempo conmigo, y que busques planes interesantes para hacer, te apuntes a los que yo proponga, me acompañes en lo que es para mí importante y quieras que yo lo haga contigo.
Quiero que quieras ser algo importante para mí, así te preocuparas, te interesarás y estarás pendiente de lo que me pasa hasta que lo sepas sin tener que preguntármelo.
Quiero que quieras sentirme, tocarme, abrazarme, besarme… Demostrando tu cariño hasta que llegues a agobiar porque no puedas resistirte, ¡No te cortes! Lo que no quiero sentir es que mendigo caricias.

Quiero que quieras divertirme y que te divierta, sin parar de reír, haciendo todas las locuras y tonterías que se nos ocurran según se nos pasen por la cabeza, improvisando, sin miramientos, espontáneos.
Quiero que quieras ayudarme, apoyarme, ser el hombro en el que llorar… Hasta que cuando me pase algo seas tú al primero que quiera contárselo.
Quiero que quieras que mejore, que crezca, y que estés ahí a mi lado porque te sientas orgulloso de mis logros y me animes a ir a por más siempre.
Quiero que quieras ser tú, tal cual eres, al natural, todo el rato, que te sientas tranquilo para hacer y decir, aunque sea a destiempo.
Quiero que quieras respetarme, básico e imprescindible, intercambiando opiniones y puntos de vista, pero sin juicios ni burlas, apoyandome hasta cuándo no estemos de acuerdo, dejándome hacer y teniendo en cuenta mis límites.
Quiero que quieras sorprenderme, que me hagas ese regalo sin motivo o vengas a verme sin avisar. Haz que olvide que es la rutina.
Quiero que quieras más, que nunca veas el final y que siempre sigas avanzando arrastrándome, empujándome, sin dejarme atrás, siempre uno al lado del otro.
Quiero que me quieras.