Me dices que me echas de menos. ¿Sabes? Yo también a ti. Pero es mejor echarse de menos que echarse de más. Así que por no echarte de más, te echo de menos.
Porque prefiero que nos echemos de menos, tener ganas de volver a vernos y que nuestros encuentros sigan siendo así, esporádicos y explosivos. Prefiero pensarte sabiendo que me piensas, a que uno de los dos comience a echar de más al otro.
Porque entonces, cuando alguien echa de más, es cuando empieza el fin. Ya no hay ganas, se pasa a las excusas, nos dejamos de esforzar…
¿Nos gustaría vernos más? Si. ¿Sabemos cómo hacerlo? Si. ¿Queremos hacerlo? No. Mejor no.
Así estamos bien. Porque al echarnos de menos estamos valorando lo que tenemos y lo que somos, y así somos capaces de apreciar la suerte de habernos encontrado. Porque esta maravillosa casualidad de llegar a conocernos debe ser valorada como se merece, es una posibilidad, ¿Entre cuanto? Una auténtica lotería.
Mejor echarnos de menos y no de más. Porque no quiero gastarlo, no quiero que termine, tengo que hacer todo lo posible por que dure cuanto más mejor.
Porque esto es así… En el punto en el que estamos, en las vidas en las que nos encontramos, tal y como entendemos nuestra felicidad… No hay más opción: o nos echamos de menos o nos echamos de más.

Mientras nos echamos de menos nos pensamos, aumenta la curiosidad y las ganas, pero a la vez mantenemos a salvo todas esas cosas que no queremos perder siguiendo con nuestros objetivos.
Porque es mejor echarse de menos que echarse de más. Sin agobios y con ilusión, sin presión y aprovechando el tiempo, sin rutina y sorprendiéndonos.
Y así es que, por no echarnos de más, nos echamos de menos. Por no dejar lo que tenemos, no vamos a por lo desconocido. Por no comprometernos, nos mantenemos alejados. Por no arriesgarnos, nunca llegaremos a tenernos. Por no dejarnos llevar, no llegaremos a sentirlo. Porque por no echarnos de más, nos echamos de menos.
Pero así debe ser, mejor echarse de menos que de más, ¿No?