Quiero llorar. Es el momento de una buena pataleta. Necesito montar un drama de los gordos, de esos que cuando me dices «tranquila» no consigues más que ponerme de más mala leche.
Explotar. Volverme irracional y solo decir palabras malsonantes. Me quedaría echa un ovillo envuelta en las sábanas todo el día. Solo saldría para darme un atracón de pizza y bocadillos de chorizo con chocolate de postre.
Pero estoy aquí sola y no tiene nada sentido. Porque si no hay nadie que me ponga de peor humor cuando intenta animarme… Si no hay nadie cerca que me aderece la pizza para que sea todavía más desequilibrada… Y si no vas a abrazarme hasta que deje de llorar y me duerma con la cabeza escondida en tu pecho…
Realmente me apetece, necesito, montar el drama. Ya me toca llorar, ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Necesito ser la débil, sentirme vulnerable, incluso ser salvada de los males del mundo.
Pero, claro, necesito a esa persona que me salve, que me ayude, que aguante mi pataleta, mi mal humor, mi drama.
La ausencia de ese «salvador» me provoca más ganas de llorar, más necesidad de patalear y, en lugar de un drama, ganas de montar la tragedia. Pero, ¿Para qué? Si no estás para ese abrazo.
Me quedo sin drama y sin abrazo, sin pataleta y sin consuelo, sin pizza y sin beso. Pues, ¿Sabes? No. Me pongo mi pijama y me enrollo en mi manta, lloro hasta que tengo los ojos tan hinchados que me duelen y me como una pizza o dos o lo que haga falta.

No es lo mismo, pero también desahoga. Me acerco a mi perro que no creo que me entienda, pero nadie entiende un drama de estos y por lo menos me da calor al estar a su lado. Después de un buen rato de llorera, canciones tristes, comer y comer… Todo se ve desde otra perspectiva.
Y aunque no estés aquí para que presencies semejante espectáculo de dolor, conseguiré sentirme pequeña y vulnerable durante el tiempo suficiente para coger fuerzas y volver a vestir de nuevo la sonrisa.
Porque de vez en cuando un drama es necesario.