Hay cosas publicas, otras que solo compartes con esos pocos amigos del alma, alguna únicamente con una sola persona y unas pocas se quedan en mí, son secreto.
Son esas cosas, unas grandes y otras pequeñas, que nos hacen ser como somos, terminan de darnos sentido.
Y no se pueden compartir. No porque sean vergonzosas o prohibidas, no. No podemos revelarlas porque esa es la única forma de que sigan siendo nuestras. Si se dicen, dejan de tener importancia, pierde valor.
Y nuestros secretos son valiosos, por eso decidimos guardarlos bien escondidos, tanto que en ocasiones los olvidamos. Pero siempre están ahí, en el fondo, haciéndonos ser quiere somos y como somos.
Algunos son sencillos y fáciles, como que todavía abrazo ese oso de peluche o que nunca tiré esa servilleta en la que anotaste tu teléfono. No todo tienen que ser grandes secretos, profundos sentimientos o complicadas historias.
La mayoría son simples detalles, pequeñas cosas, pero nuestras, solo mías y solo para mí.

Y por eso compre esa colonia que nunca me pongo pero huelo a menudo, lloro escuchando esa canción que no puedo cantar en voz alta, voy a ese lugar desde donde puedo verte, sonrio sin motivo cuando escucho esa palabra y tiemblo cuando siento que me miras.
Porque mientras mis secretos sean solo míos podré seguir disfrutando de ellos. Mientras solo yo conozca toda mi verdad, seguiré siendo yo.
Nunca a nadie le enseñaré esa camiseta. Nunca a nadie le cantaré esa canción. Nunca a nadie le diré que pasó. Nunca a nadie le confesaré que hice. Nunca a nadie le explicaré lo que viví.
En secreto seguiré siendo yo. En secreto permaneceré sintiendo así. En secreto continuaré queriéndote a ti.